Arrebatos Carnales III by Francisco Martín Moreno

Arrebatos Carnales III by Francisco Martín Moreno

autor:Francisco Martín Moreno [Martín Moreno, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-10-01T00:00:00+00:00


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Como a García Granados no le alcanzó la vida para contar algunos pasajes personales y fundamentales de la vida de Carranza, por más que se haya apurado a escribirlos antes de ser fusilado, me he permitido agregarlos: Su primer amor platónico fue, sin duda, Mariana Matilde «Ana» Martí y Pérez, hermana del poeta José Martí, con quien compartió días muy felices en la ciudad de México hasta que ella empezó a sufrir de toses feroces acompañadas de sangre, la señal inequívoca de la tuberculosis, enfermedad que acabó con su vida a los dieciocho años de edad. Venustiano asistió destrozado al entierro, sin embargo, había vivido su primera gran experiencia con el amor sin llegar, en ningún caso, a disfrutar un arrebato con la cubana. No era el momento. Llegaría, ya llegaría.

Carranza tenía una constitución vigorosa, una sólida musculatura que se consolidó a lo largo de su vida en el campo. Algo obeso, alto, mucho más que la media mexicana, barba florida y espeso bigote, usaba espejuelos de manera permanente, a través de los cuales tal vez no pudo captar en su máxima expresión el físico desagradable de Virginia, «una mujer enjuta y fea, originaria también de Cuatro Ciénegas, Coahuila, hija de una respetable familia de terratenientes, que tenía entonces veinte años de edad y era considerada como un buen partido». Que con Virginia también practicó el doble discurso, los dobleces, las deslealtades y las mentiras, no me cabe la menor duda, porque salió con ella por interés, por su dinero, para garantizarse una vida cómoda y con lujos, pero aburrida y sin emociones. Ella tenía cuatro años menos que él. Había nacido en 1862 en sábanas de seda, como bien decía su padre, pero como puedes tenerlo todo en la vida, y nada más, la naturaleza compensó el exceso de gratificaciones materiales concediéndole una estatura insignificante comparada con la de su galán, Carranza, el ganadero. Cuando ambos estaban de pie, ella escasamente le llegaba al hombro, y eso parándose de puntitas… Menudita, pequeñita, dueña de una nariz escandalosa por su tamaño, desproporcionada en relación a su rostro, los labios sobresalientes sin que pudiera encontrarse su mentón por algún lado, el cuello corto, casi inexistente y el pelo corto, como el utilizado por los hombres, hacían de ella una candidata poco atractiva salvo por la fortuna de la familia, que ni así la hacía parecer siquiera un poco menos mona, si es que hablamos de primates. La pareja se veía ridícula, más aún con la personalidad altiva y prepotente de Venustiano, en el entendido de que Virginia pronunciaba las palabras estrictamente indispensables y estas por lo general estaban destinadas a criticar o a denostar a alguien porque, como bien se mencionaba en los corrillos de Coahuila, el esperpento, además, estaba lleno de resentimientos y rencores, razón de más por la que nunca se le vio sonreír.

Cuando se cansaban de dar vueltas alrededor del reducido zócalo de Cuatro Ciénegas y se sentaban en el kiosco a comer helado, Venustiano se



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